A veces, el corazón se parte en silencio.
Y no por falta de amor, sino por el peso de las decisiones que otros toman… y que tú cargas por tomar también decisiones sin límites.
En el refugio llegan gatos de muchas historias. Algunos los rescatamos nosotros. Otros vienen de personas que quieren ayudar, que intentan salvar vidas como pueden.
Pero en ese intento, hay veces en que se delega más que un traslado: se entrega toda la responsabilidad, sin los medios ni la cercanía para asumirla juntos.
Y cuando algo sale mal, lo que queda no es solo la tristeza, sino también la culpa. Aunque no debería ser así.
Lo que aprendí de los límites que dolió poner
Durante años intenté decir sí a todo. Pensaba que ayudar era nunca decir que no. Que si alguien me pedía recibir un gato, debía hacerlo, aunque viniera enfermo, aunque no tuviera recursos, aunque fuera desde otra ciudad.
Pero la realidad terminó por enseñarme algo muy distinto: no siempre puedo con todo. Y eso no me hace menos, me hace humana.
He recibido animales en condiciones delicadas, sin diagnóstico, sin respaldo, sin posibilidad de actuar a tiempo. Y cuando esas vidas se apagan, no solo duele la pérdida: también duelen los reclamos de quienes no estuvieron, pero luego preguntan por qué no se hizo más.
En los rescates, hay veces en que un animal no puede ser atendido por quien lo encuentra, y se recurre a otra persona o refugio. Es un acto de confianza… pero también debe ser un acto de conciencia. Porque cuando se entrega un animal a otra persona —más aún si hay distancia de por medio—, también se entrega la capacidad de decidir, actuar o incluso fallar dentro de los límites reales de esa persona.
A veces no logramos salvarlos.
Pero eso no significa que no lo intentamos con todo lo que tuvimos.
Los que rescatamos sabemos que no siempre hay finales felices… pero nunca deberían haber reclamos donde hubo entrega sincera.
Hoy sé que poner límites también es un acto de amor. Que decir "no puedo" es proteger lo que sí puedo hacer bien. Que no todo caso debe recaer sobre un refugio, y que cada persona que rescata debe también asumir y sostener, no solo trasladar.
Tomar la decisión de no recibir más animales de otros rescatistas fue muy difícil. Me costó días sin dormir bien, silencios y lágrimas. Pero fue un límite necesario, nacido del respeto por los animales, por mi trabajo y por mi salud mental.
" Saber cuándo decir no, para poder seguir diciendo sí con el corazón completo".
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