A veces lo que más cuesta no es rescatar.
Es decidir si lo dejo entrar.
Desde afuera parece sencillo: llegó un gato enfermo, se ayuda, se cuida, se integra. Pero adentro… hay mucho más.
Cuando llega un nuevo gato con síntomas —respiratorios, diarreas, desnutrición, lo que sea— lo primero que siento no es lástima. Es miedo.
Porque sé lo que puede pasar si se activa un virus, si se desata una diarrea contagiosa, si algo se sale de control.
Aquí en el Santuario hay gatos inmunosuprimidos, viejitos, en tratamiento.
Y un solo nuevo puede traer un montón de cosas que aún no se ven.
No sé qué viene en ese cuerpito.
Ni qué trae en su bagaje invisible de la calle.
"Camino" llegó con secreciones y desnutrido. Estornudando.
Tenía hambre, pero más tenía miedo.
Yo también. Creo que había Sido abandonado en la carretera, pues casi lo atropello, su debilidad no lo dejaba cruzar con agilidad.
Frené en seco y me baje a agarrarlo. Estaba inmóvil. No había opción, Camino ingreso al refugio.
Lo puse en cuarentena, como siempre. Separado, cómodo, lo mejor que puedo con lo que hay.
Y me quedé mirándolo. Pensando.
¿Y si ya se contagió de algo afuera? ¿Y si no mejora? Estaba muy delgado...
¿Y si no puedo con uno más?
No siempre tengo todas las respuestas. A veces solo tengo el deseo de que se salve. Y la culpa de tener que pensar en los demás antes de abrazarlo.
Pero hago lo que sé.
Empiezo con lo básico: comida, calor, desparasitación.
Observo. Anoto. Me preparo para lo que pueda pasar.
Y mientras él mejora, yo también preparo a los otros.
Días antes de integrarlo, les coloco flores de Bach en el agua, para ayudarlos a aceptar al nuevo, para que no se alteren tanto.
A veces funciona mejor de lo que imagino.
Con los días él empezó a recuperarse. Dejó de estornudar. Empezó a amasar la manta. Me buscaba con la mirada.
Y yo, todavía con precaución, empecé a pensar en su integración.
Siempre es un riesgo.
Pero también es una decisión de confianza.
Confianza en lo que he construido aquí.
En las medidas que tomo.
En que los demás, aunque frágiles, también son fuertes.
Cuando por fin lo solté en el área común, los otros lo olieron. Algunos lo ignoraron. Uno le bufó.
Pero no hubo pelea. No hubo caos.
Solo la lenta aceptación de alguien nuevo que también busca un lugar.
Y yo respiré aliviada.
Porque otra vez, a pesar del miedo, a pesar de las dudas, elegí abrir la puerta.
Y esta vez, como tantas otras, fue la decisión correcta.
Comentarios
Publicar un comentario