Hay momentos en el refugio que son especialmente crueles. Uno de ellos es cuando un gato empieza a mejorar: vuelve a comer, se levanta con más energía, hasta te mira con esos ojos que dicen “ya casi estoy bien”. Y de pronto, muere. Ese cambio que a veces llaman “la mejoría antes de la muerte” es una trampa para el corazón. Una ilusión que nos hace creer que todo va a estar bien, que ya lo logramos, que podemos respirar. Y de repente… el silencio. El cuerpo tibio que ya no se mueve. La esperanza que se quiebra. Nunca he sabido exactamente por qué pasa. Tal vez es el último esfuerzo del cuerpo antes de apagarse. Tal vez es un respiro para ellos. Pero para nosotros, es un golpe inesperado. Un “¿qué hice mal?”, aunque hayamos hecho todo lo que podíamos en ese momento. También están los que parecen sanos, estables, normales… y mueren sin aviso. Un gato que comía, jugaba, dormía bien, y de pronto cae. No hay fiebre, no hay signos. Nada que nos haya dado tiempo. Y ahí la culpa gri...