A veces lo que más cuesta no es rescatar. Es decidir si lo dejo entrar. Desde afuera parece sencillo: llegó un gato enfermo, se ayuda, se cuida, se integra. Pero adentro… hay mucho más. Cuando llega un nuevo gato con síntomas —respiratorios, diarreas, desnutrición, lo que sea— lo primero que siento no es lástima. Es miedo . Porque sé lo que puede pasar si se activa un virus, si se desata una diarrea contagiosa, si algo se sale de control. Aquí en el Santuario hay gatos inmunosuprimidos, viejitos, en tratamiento. Y un solo nuevo puede traer un montón de cosas que aún no se ven. No sé qué viene en ese cuerpito. Ni qué trae en su bagaje invisible de la calle. "Camino" llegó con secreciones y desnutrido. Estornudando. Tenía hambre, pero más tenía miedo. Yo también. Creo que había Sido abandonado en la carretera, pues casi lo atropello, su debilidad no lo dejaba cruzar con agilidad. Frené en seco y me baje a agarrarlo. Estaba inmóvil. No había opción, Cami...